No te basto con arrancarme de la maldición del otro infelices encerrarme en tu castillo, ese que me dibujaste de oro puro y de felicidad, luego tirarme como una ramera echándome la culpa de tus actos, siendo quien fue el causante de toda la maldición fuiste tú. No te basto con perder la partida, volver a intentar ganar y encima volver a desconfiar.
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